17 de marzo de 2008

COMENTARIO N° 2

Cuando nos adentramos en los desiertos debemos estar siempre dispuestos a encontrarnos con lo transcendente, con aquello que se encuentra más allá y que de una manera o de otra nos obliga a reencontrarnos, porque eso es lo que es, un reencuentro, con una parte de nosotros mismos que se oculta y en parte ocultamos detrás de la cotidianidad, de lo banal y prosaico y en definitiva de todo aquello que nos han inculcado y enseñado y que se refleja en las vidas de todos nosotros. Y se trata de un reflejo que nos muestra lo estúpido de nuestra existencia, de una experiencia de vida que ha olvidado lo sublime, lo sorprendente y auténticamente humano y que se engarza directamente con aquello a lo que llamábamos trascendente, con lo que se esconde entre las bambalinas alejado de las miradas de una sociedad que da preponderancia a lo aparente. Son pocas las personas que se atreven a colarse detrás de este escenario nefasto y enfermo que muestra y enseña sin tapujos que es más importante aparentar que ser, tener que encontrar, y donde el auténtico valor de las cosas desaparece por arte de birlibirloque y es sustituido por sombras borrosas e imágenes fantasmales cuya principal arte es el engaño. La autora de estas pinturas del desierto chileno, es una de estas personas que con descarada osadía no duda en levantarse de su palco para ir tímidamente y de puntillas a ver que se esconde detrás del decorado, de ese escenario de cartón piedra que para muchos es auténtico reflejo de lo real. Y la autora se maravilla, y como un niño, con la misma ilusión y expresión de sorpresa contempla asombrada todo un mundo nuevo para adentrarse y descubrir y sabe muy bien que eso que acaba de encontrar debe de ser compartido. Y le ocurre como aquel pobre diablo del mito platónico de la caverna, que una vez liberado de sus ataduras consigue salir de la oscuridad y contemplar junto a la luz de la verdad un maravilloso mundo que como ser humano que vive en sociedad, tiene la obligación moral de compartir con sus ofuscados compañeros de cautiverio, aún a sabiendas que éstos no lo van a entender. Ahora Carolina, la autora de estas pinturas, nos regala un anticipo de lo que sin duda será un fantástico y sorprendente viaje de iniciación, nos muestra tres pequeños retales de un gigantesco mundo lleno de soledad fingida, porque en el desierto nada es lo que parece y aún que esa soledad es sobrecogedoramente real, uno puede escuchar y sentir detrás de cada piedra y arbusto, en cada sombra y montículo de arena, la compañía de miles de almas, de millones de sentimientos y por encima de todo la presencia de aquello que al principio calificábamos de trascendente y que no es otra cosa que nosotros mismos. Nos hemos visto reflejados, y eso nos ha sorprendido, nos ha maravillado y ha hecho que paremos por unos instantes preciosos la función, este teatrillo insustancial engañoso y burdo y nos ha puesto en contacto directo con la eternidad. Un regalo, que muestra un pedazo de verdad que se halla muy lejos de lo aparente y nos hace partícipes de su búsqueda incansable del yo. De una yoidad que de poderse retratar se encuentra sin lugar a dudas en sus desiertos. Gracias Carolina, otra vez tus ventanas a eso otro mundo permiten a los menos osados asomarse y atisbar lo maravilloso de la existencia. DAVID CRESPO, BARCELONA, ESPAÑA.

1 comentarios:

Pau Llanes dijo...

Hace tiempo que no sé nada de ti y volví a ver si te encontraba en tus desiertos... un saludo... Pau Llanes